La tabla de contenidos
La tabla de contenidos: no confundir con la tabla de Flandes
La introducción: donde me embarro
La confraternización: un ratito para conocernos
La poesía: lo que necesita toda publicación humorística
El relato “cómico”: mira, hago lo que puedo con lo que tengo
La despedida: ¿por qué esto es una sección?
La introducción
Ey, hola. Soy Miguel y esta es mi newsletter “Gritando al vacío”. Si has recibido este email, lo normal sería pensar que previamente te has suscrito. De no ser el caso, estaríamos entrando en el terreno de lo ignoto, lo desconocido y lo desconcertante. En cualquier caso, espero que la disfrutes y la compartas con tus amigos y enemigos.
Este improbable proyecto ha llegado a su tercera entrega, lo cual me sorprende a mi más que a nadie. Hay quien gusta de decir que “a la tercera va la vencida”, a pesar de que dicha afirmación no tiene ningún sentido ni se corresponde con ninguna experiencia vital que haya observado en mi ni en mis congéneres. En el caso de otros refranes y expresiones de “sabiduría” popular al menos hay una rima que justifica que la frase se haya quedado tatuada en el hipocampo de múltiples generaciones, pero en aquí ni eso.
Hablando de lo cual, es ciertamente interesante que le demos un atisbo de veracidad a ciertas afirmaciones por el mero hecho de ser antiguas y rimar. Aquí vislumbro un fructífero campo de trabajo para los filósofos y estudiosos de la lógica, ya que nos encontramos ante un nuevo tipo de falacia, la falacia de rima. Similarmente a cómo las falacias de autoridad atribuyen veracidad a lo afirmado por un individuo en situación de preeminencia, la falacia de rima ataca a esa parte primitiva del cerebro humano que se estimula con la sonoridad y el ritmo, y nos hace aceptar como válido lo dicho con lírica y seguridad.
Dos de los ejemplos clásicos de libro de este fenómeno son:
Quien lo dice lo es, con el culo al revés, en el Corte Inglés
Y su habitual contraargumentación:
Rebota, rebota, y en tu culo explota
Cuando nos enfrentemos a debates de este nivel dialéctico mi recomendación personal es optar por la moderación y recordar que, seguramente, todos los participantes tengan algo de razón y que debemos evitar los extremos, ya que, como nos recuerdan regularmente algunos de los mayores intelectuales de nuestro tiempo, los extremos se tocan.
Ojalá ser un extremo para que alguien me toque
…
¿Pero de qué coño estaba hablando yo?
…
Ah, sí, claro. Que esta es la tercera entrega. Si a la tercera fuese, efectivamente, la vencida, a estas alturas ya tendría una estructura regular clara para aquesta divertida publicación, pero, como espero haber dejado claro en mi diatriba previa, ESO NO ES CIERTO, de modo que voy a seguir dando los proverbiales palos de ciego durante un tiempo más.
Pero se me ha provisto de feedback (o retroalimentación como dicen los jovencitos de hoy en día) sobre algunos aspectos potencialmente problemáticos, y he optado por tomarlo en consideración.
En concreto, se me ha hecho notar que la anterior edición de este semanario tenía una extensión excesiva. He de confesar que no se me escapó este extremo al escribirla y publicarla, como se puede intuir por detalles como que una de las secciones se titulara “Esta newsletter es larguísima”; al fin y al cabo me suelo vanagloriar de ser un muchacho muy observador.
Ciertamente, puedo empatizar con la idea de que una newsletter de 3000 palabras sea sorprendente y lleve al lector a levantar una hipotética ceja. Así que, por el bien de mis estimados suscriptores presentes y futuros, debo tomar medidas para evitar que mi publicación se convierta en uno de esos tediosos muros de texto tan desagradables de leer en dispositivos móviles.
Es por ello que voy a incluir imágenes de stock por aquí y por allá para esponjar la lectura y aportar un poco de color. Estoy convencido de que esto me permitirá estirar los textos hasta las 5000 palabras sin que el lector se fatigue.
La confraternización
¡Pero qué mala educación la mía! Llevo dos entregas hablando sólo de mi y no te he preguntado nada de ti, mi muy estimada persona humana (quizás esto es demasiado aventurar, ya que puedes perfectamente ser un gato mirando este email en un iPad que se ha quedado encendido en una mesita del té).
¿Cómo te llamas, colega?
…
Es verdad, igual me he tomado demasiadas confianzas. Te pido perdón. ¿Puedo al menos tutearte?
…
Gracias, es muy amable por tu parte. ¿Y a qué te dedicas?
…
¡Qué curioso! Tengo un conocido que trabaja justo de eso. El mundo es un pañuelo. Yo el otro día fui a hacer un bolo en un pueblo súper pequeño y me encontré a tres conocidos. ¡Incluso vi a mi frutera! Ja, ja, ja. Qué cosicas, maño. Oye, ¿consumes comedia habitualmente?
…
Ya veo. Yo a días. Al final dedicándote a esto te saturas un poco y sólo te apetece ver dramas y reality shows, je, je. Había uno en Netflix loquísimo en el que hacían citas a ciegas, pero maquillaban a los participantes de monstruos, para que no se fijasen en el físico o algo así. Pero al final se quitaban las máscaras y estaban todos buenísimos. No sé dónde está la gracia. La cosa sería que te pudiese tocar un cardo y ver la reacción. En fin… ¿Y tienes algún hobby?
…
¡Qué interesante! A mi me gustaría probar algún día, pero no me da la vida. Ya sabes, es imposible llegar a todo.
En serio, me encantaría seguir hablando un rato más, pero tengo que seguir con la newsletter. Esta semana te escribo un whatsapp y quedamos a echar un café. O la siguiente, que esta tengo mucho lío. Bueno, que lo vamos viendo.
La poesía
Llegados a este punto creo que hemos establecido una relación lo bastante sólida como para confesarte algo: soy poeta.
D:
Ya, es terrible. Pero es que además no soy cualquier tipo de poeta. Soy slammer.
é_è ¿qué?
Verás, amado intelocutor virtual, es que resulta que hay competiciones de poesía escénica, en las cuales un montón de gente muy intensa se pone a declamar poemas super darks para convencer al público de que les vote fuerte y ganar el evento.
Pero no acaba ahí la cosa. En su afán por obtener atención, los slammers del mundo se han coordinado para estructurar competiciones de slam locales, nacionales e internacionales.
Sí, hay un mundial de poesía. Flipas.
Y, evidentemente, me metí en todo ese jaleo. Me gusta más la atención que a un tonto un lápiz (a saber de dónde hostias viene esta expresión).
Tras participar en unos cuantos eventos de la temporada regular logré clasificarme para la final local de Zaragoza del curso 2023-2024, que tuvo lugar a principios de este junio. Evidentemente no gané, porque había gente mucho mejor, pero me lo pasé bien y recité este poema que escribí unos días antes durante un episodio de insomnio.
Aquí tienes el vídeo, pero también te dejó el texto, por si te apetece hacerte una camiseta con alguno de los versos.
Una poesía para ¿ganar?
Son las tres de la mañana
y me pongo a escribir
una poesía para ganar.
Llevo tres horas en la cama
y no puedo dormir
porque no dejo de pensar
que no acaba la mala racha,
pero me tengo que mentir
y creer que voy a cambiar.
fíjate si estoy desesperado
que llevo tres putas estrofas
de tres versos
rimando en asonante.
Menuda mierda de poesía,
menuda mierda de actitud,
y menuda mierda de persona.
No...
De persona no.
Voy a intentar no insultarme,
aunque solo sea
por el dinero invertido
en horas de terapia.
No soy una mala persona,
pero se me hace todo cuesta arriba
y se me suele caer la piedra,
dejando un surco en su camino.
Y me comparo con Sísifo
para que me veáis culto y educado,
y eso distraiga vuestra atención
de la basura que os traigo.
Menuda mierda de metáfora,
menuda mierda de metacomentario,
y menuda mierda de persona.
No...
De persona no.
Mi plan era escribir dos poesías.
La primera para perder y ser descalificado,
a escuchar en un teatro.
La segunda para ganar y ser alabado,
a compartir en algún antro.
Y sin embargo,
ahora que escupo letras al teclado
se difumina la línea que las separa.
Y me da la impresión
de que quizás eso no signifique
que las dos sean para ganar.
Pero qué más da ganar en realidad,
si eso no va a resolver nada de lo demás,
y mañana voy a seguir atrapado
congelado en mi inacción.
Menuda mierda de victoria,
menuda mierda de derrota,
y menuda mierda de persona.
No...
De persona no.
Y aún así
escribo y me cronometro a oscuras
sentado de madrugada en mi cama,
descubriendo las palabras
a medida que salen de mis dedos
y componen un grito de ayuda
que acabaré recitando
para recabar atención
y recibir algún elogioso comentario
y quizás una caída de ojos
que sólo ocurra en mi imaginación.
Porque todo lo que hago va de lo mismo.
De intentar ser validado,
ya que yo no logro hacerlo.
Y sin embargo después,
en la soledad de este cuarto,
repetirme que sólo alabáis
lo que os enseño
y que me condenaríais al ostracismo
al verme entero.
Y ahí,
como de pasada,
salpico otra referencia griega
para que mi vulnerabilidad milimetrada
no desdibuje la imagen de intelectual.
Menuda mierda de...
Menuda mierda...
Y menuda mi...
No...
¿O sí?
¿Es esto sinceridad visceral
o manipulación emocional?
¿Soy acaso capaz de decir la verdad
cuando escribo para un público?
¿Y quién narra los cuentos que me cuento
cuando estoy solo?
Son casi las cuatro de la mañana
y termino de escribir
una poesía para ¿ganar?
Llevo una hora sentado en la cama,
intentando decidir
si al final la voy a borrar.
Y ahora que llego al final
me resulta vomitivamente presuntuoso
cerrar la estructura circular
de la misma forma que he empezado.
Así que a la mierda la rima asonante,
a la mierda las tres estrofas de tres versos
y a tomar por el putísimo culo
esta referencia al estribillo.
El relato “cómico”
¿Qué mejor para continuar la newsletter después de una poesía tan alegre que un relato satírico? Lo sé, soy un genio del ritmo cómico.
Este texto es una adaptación de un fragmento de monólogo que nunca llegó a funcionar bien; las croquetas de cocido del humor. Intenté que me lo publicaran en Rata Chillona, la web de textos humorísticos de La Llama, pero no pasó el corte. Dejo al lector valorar si efectivamente es un mierdón de texto.
El reflejo de mis amores
Salgo de la ducha con los ojos llorosos de jabón. Por el rabillo veo una silueta desnuda: pelo largo, culo de infarto. La lujuria me llena. Logro enfocar más y me fijo en los detalles: bigote de camionero, pene erecto. ¡Cuántas cosas en común!
No sé cómo ha pasado, pero me he liado con mi reflejo del espejo del cuarto de baño.
Pasan los días. Lo que parecía un rollo de una ducha se prolonga y afianza. Empiezo a pasar mucho más tiempo en el baño. Compro un segundo cepillo de dientes para mostrar que voy en serio. Creo que me he enamorado.
Me cruzo con muchos reflejos (el de la televisión parece aburrido; el del ordenador, estresado; el de la puerta del super, irritado porque no se abre), pero ninguno me mira como el de mi baño. Ninguno me enseña sus encantos de esa manera. Con ningún otro comparto esos fogosos momentos de pasión.
Un día ando por la calle feliz y, de repente, un reflejo me sonríe desde la luna de un coche. Oscuro y voluptuoso. Exótico y sensual. Le devuelvo la sonrisa. La mujer dentro del coche cree que la miro a ella; arranca el coche y se va muy rápido.
Ahora no puedo parar de pensar en ese nuevo reflejo. Lo recuerdo cuando cierro los ojos para dormir y me imagino su tacto cuando limpio las ventanas.
Algo ha cambiado dentro de mi. Paso menos tiempo en el baño. Me cuesta mirarme a los ojos. Todos los reflejos parecen decepcionados conmigo.
La situación se vuelve insostenible. Tengo que ser honesto y hacer lo correcto. Respiro hondo. Entro al baño. Tenemos que hablar. Veo ojos vidriosos en el reflejo. Se me rompe el corazón y me echo a llorar yo también. Intento explicarme. No hay gritos. Sólo silencios. Salgo.
Estoy borracho bebiendo en el suelo del salón. Es martes. En la botella veo a un penoso señor, lloroso y deforme. Da mucha grima, pero al menos así no bebo solo. Le cuento mi drama. Es bueno escuchando. Al final me quedo dormido y él también.
Lo último que pienso antes de sumergirme en el sueño es que quizás tengo que dejar de darle tantas vueltas a todo. Y mudarme a otra ciudad. Eso también.
La despedida
Chao. Hasta luego. Un beso.
Adiós.