La tabla de contenidos
La tabla de contenidos: the table of contents
La introducción: the introduction
El relato: the short story
Las canciones de la semana: this week’s songs
La despedida: the farewell
La introducción
Ey, hola.
Soy Miguel Escribano y estás leyendo Gritando al vacío, la newsletter que vuelve a la carga después de Semana Santa. Me ha venido bien el descanso, la verdad. He leído, he visto pelis, he jugado a videojuegos… ¡Incluso me ha dado tiempo leer noticias de actualidad y sentir terror existencial! Espero que tú también hayas disfrutado de este hiato.
Hablando de tiempo, hace ahora un año tuvo lugar el evento canónico que dio comienzo a lo que podríamos llamar el semestre de los antibióticos en mi particular arco de personaje.
What a ride
Hay que ver lo rápido que pasa el tiempo cuando te estás divirtiendo, y por divertirse quiero decir que te dejen de funcionar los pulmones y te exploten los tímpanos.
Han pasado muchas cosas y al mismo tiempo pocas, no sé si me estás entendiendo (yo personalmente no me estoy entendiendo ahora mismo, para qué mentir). Pero, de una forma u otra, estoy avanzando en un camino que llevará a algún sitio, y siento una sana combinación de ilusión y terror por las perspectivas de futuro a medio plazo.
En fin, que tampoco me apetece alargar mucho más la introducción de hoy. Esta tarde se me ha ocurrido un relato estúpido en el tranvía, así que espero que lo disfrutes.
Pasa una buena semana.
El relato
Ramón Fernández siempre fue maduro para su edad. El día que nació, el médico que atendió el parto le dijo a su madre "Enhorabuena, ha tenido usted un señor".
Era ya tan responsable el joven Ramón, que al día siguiente de su alumbramiento fue él mismo, con el aplomo que le confería su poblado bigote, a notificar su nacimiento al registro civil . "Me llamo Ramón Fernández y nací ayer a las siete y cuarenta y tres horas de la tarde en el hospital de la Cruz" comunicó el pequeño al atónito funcionario tras auparse con una silla a la ventanilla número cinco.
Los primeros años de vida del señor Fernández transcurrieron con una tranquilidad y eficiencia inéditas entre los infantes del barrio de Escoriaza del Robredal. Cuando los vecinos preguntaban a sus progenitores, María y Julián, por su atípica paternidad, estos solían responder con resignación que "Ramoncín es muy apañao y no necesita mucha ayuda", pero en el fondo deseaban tener un hijo más problemático al que poder atender y regañar como el resto de sus amigos. No es de extrañar pues que al poco tiempo María diese a luz otro churumbel que, esta vez sí, y para alegría de la pareja, demostró ser un irredento crápula y acabó sus días en la prisión de Villadelcampo Alto.
A pesar de su precocidad, Ramón insistió en ingresar en la escuela a la edad habitual, ya que "lo contrario sería una alteración innecesaria del procedimiento ordinario". Cuando finalmente comenzó sus estudios de educación primaria en la escuela del barrio, se vio obligado a afeitarse el mostacho, ya que el resto de alumnos solía confundirlo con don Eufresio, el director del centro. Afortunadamente, pudo volver a dejárselo crecer cuando un par de años después el anciano director se jubiló y la junta educativa votó por unanimidad ofrecerle el puesto a él. Ramón, que por aquel entonces contaba ya diez años y había desarrollado un ávido interés por las novedosas técnicas didácticas nórdicas, aceptó con humildad la posición y traslado sus pertenencias de la clase de 4ºB al despacho de jefatura.
Desde ese momento, la vida entera de don Ramón se centró en su trabajo. Los únicos momentos de asueto que se permitía eran durante el verano y las fiestas de guardar, cuando se trasladaba junto a sus padres a Alcadía del Mirandar, pueblo natal de estos, y participaba de las actividades sociales y recreativas que se esperan de un pariente relativamente cercano. Cuando alguien le preguntaba por sus planes de casarse y establecer una familia, él solía responder con pragmatismo "Ya cuido de doscientos chiquillos cada año. Uno o dos más no supondrían una diferencia sustancial".
El día que cumplió setenta años, el señor Fernández recibió una carta de la concejalía de educación informándole de que, acorde a lo estipulado en la legislación vigente, debía jubilarse. Ramón, que se sabía la normativa "de pe a pa", ya había dispuesto todo lo necesario para su relevo y, tras terminar de leer la misiva, estrechó la mano a Charo, su sucesora, le deseó suerte y salió por la puerta sin mirar atrás.
Al llegar a su casa, Ramón, que ya no tenía nada más que hacer, se sentó en una silla a esperar a la muerte.
Cuando esta llegó al cabo de un rato lo encontró mirando por la ventana con gesto tranquilo. "No pareces cansado" señaló la parca. "No especialmente" respondió Ramón. El ángel de la muerte sí que se sentía cansado después de una eternidad de trabajo. De modo que, sabiendo lo laborioso que era el señor Fernández, le ofreció darle el relevo. Ramón, que consideraba que la muerte era una función fundamental en la sociedad, aceptó solícito el cargo.
Y así fue cómo Ramón Fernández, que nació siendo un señor, renunció a su jubilación y a su fallecimiento para seguir siendo un señor. Y seguir llevando bigote para siempre.
Las canciones de la semana
Puedes escuchar la lista de reproducción completa aquí.
La despedida
Hasta luego. Chao. Adiós.
Un beso.