La tabla de contenidos
La tabla de contenidos: la sección de secciones.
La introducción: la sección que realmente le gusta a la gente.
El relato: la sección de reciclar textos viejos.
El relleno: la sección para alargar artificalmente la newsletter.
El corresponsal: la sección que no tiene sentido.
La despedida: la sección que no es una sección.
La introducción
Ey, hola.
Soy Miguel Escribano y esta es mi newsletter “Gritando al vacío”.
Se acerca el momento. Esto se acaba. Es el fin de un ciclo.
Estás leyendo la sexta entega de esta publicación semanal. Antes de que nos demos cuenta llegaremos a los dos meses de emails absurdamente largos. Vaya viaje hemos compartido.
Ya desde el primer momento la esperanza de vida de este proyecto se medía en semanas. Y, contra todo pronóstico, ha sobrevivido mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Ha sido heroico.
Pero lo único que te espera cuando superas las expectativas vitales son los achaques y la muerte. El ocaso de la vida. Esta newsletter es ahora Michael Corleone esperando a morir de viejo en un porche al final de “El padrino III”. Y no, esto no es un spoiler, porque eso implicaría validar “El padrino III” como una película, mucho menos una que alguien vaya a ver a estas alturas.
¿Qué me queda por contar? Ya he dicho esto y lo otro. He comentado lo de aquí y lo de allá. He creado la más alta literatura y la más estúpida reflexión. En resumen, he demostrado ser un genio de la palabra escrita.
Te diría que tú también has sido una parte importante de esto, querido lector, pero te respeto demasiado como para mentirte a la cara con tanta condescendencia. En cualquie caso, agradezco el inmenso esfuerzo que has hecho leyendo mis movidas y espero que encuentres a alguien que valga la pena cuando ya no esté aquí. Por favor, no malgastes el resto de tus días rememorando el pasado y añorando lo perdido; aún te queda mucho por leer. Te quiero y sólo deseo lo mejor para ti.
¿Significa esto que voy a dejar de escribir la newsletter? No, en absoluto. Seguiré visitando tu bandeja de entrada todos los domingos a las 12:00, pero lo haré como el anciano que pasea por el parque, por puro hábito y para llenar las malditas horas que tanto lo atenazan. Y un día, no sé cuándo, puede que la semana que viene o dentro de cinco años, no me verás sentado en el banco de tu email, y sabrás que finalmente me he rendido, o que he ganado la lotería y ya no necesito escribir para conseguir un trabajo de guionista.
Cuando ese triste domingo llegue, por favor, ábrete una cerveza y brinda en mi honor. Mientras tanto, lo que puedes hacer es compartir esto con un amigo e insitirle en que se suscriba.
El relato
Creo que lo mejor para esta entrega tan crepuscular es este relato que escribí hace un tiempo y que siempre me genera una extraña sensación de desasosiego.
Viktor y yo
En los últimos meses se me ha preguntado muchas veces cómo empezó mi relación con Viktor Stern, y siempre repito lo que él mismo dijo en tantas ocasiones: Viktor me encontró.
Hace ahora seis años asistí en Frankfurt al Human Limits Summit, una convención anual centrada en el desarrollo tecnológico y científico aplicado. Había sido invitado a participar en el evento central, el Ideas Showcase, en el cual emprendedores de toda Europa presentan sus propuestas a un selecto panel de inversores.
Yo creía fervientemente que, con el apoyo económico y técnico adecuado, mi idea iba a cambiar el mundo, por lo que acudí al auditorio principal con una desagradable mezcla de excitación y ansiedad. Visto en perspectiva, es irónico que, tal y como pensaba en ese momento, aquel día acabase siendo el más importante de mi vida, si bien por un motivo completamente distinto al que yo imaginaba, ya que mi producto nunca llegó a materializarse.
A pesar de los nervios, logré hacer una presentación de cinco minutos bastante digna, tras lo cual me enfrenté al verdadero reto, las preguntas de los inversores. Respondí como mejor pude a una serie de incisivas cuestiones sobre los detalles técnicos, el plan de negocio, el estudio de mercado, y los objetivos a corto, medio y largo plazo. Todo bajo la escrutinio de un grupo de personas para las cuales yo sólo era una posible apuesta de riesgo.
Y entonces él levantó la mano. Su aspecto era similar al de todos los demás, con un cuidado corte de pelo y vestuario business de marca. Sin embargo, sonreía.
Se presentó con un nombre falso que no recuerdo y comenzó a hacerme preguntas personales sobre mis gustos y aficiones. Por las caras de hastío y murmullos que surgieron entre los demás, supuse que había hecho las mismas preguntas absurdas al resto de ponentes de la mañana.
Respondí sorprendido. Huelga decir que, a diferencia de las otras preguntas, no había preparado respuestas para estas, por lo que me vi obligado a improvisar y, en sus palabras, "ser genuino".
Cuando terminó mi tiempo, salí del recinto a tomar el aire y a escribir a mis socios para informarles de cómo había ido. Al cabo de un rato apareció él y me estrechó la mano.
- Realmente me llamo Viktor Stern. Ha sido un auténtico placer conocerte, Marcos. Hablaremos pronto -me dijo alegremente antes de subirse a un taxi y desaparecer entre el tráfico.
Mientras le veía irse me llené de júbilo, creyendo haber asegurado un inversor para nuestro proyecto. Más tarde aquel día me enteré de que Viktor se había colado en el evento y que nadie sabía quién era, por lo cual la organización se disculpó profusamente y lo atribuyó a algún tipo de broma extraña.
No fue hasta unos meses más tarde que volví a tener noticias de Viktor, cuando recibí un email en el que me proponía asistir en Viena a la presentación de un libro escrito por un amigo suyo.
Aún hoy no estoy seguro de por qué acepté la inesperada invitación, pero hacerlo fue el desencadenante de la serie de sucesos que acabarían llevándonos a cometer los crímenes por los que hoy se nos juzga. Y, por supuesto, a la muerte de Viktor.

El relleno
Tengo un problema, amado compañero. A lo largo de las pasadas entregas de la newsletter he establecido un patrón de producir textos gargantuescos, hipertróficos, y, por qué no decirlo, un poco largos. Pero, ahora que afronto con abatido pesar el inevitable descenso a la irrelevancia artística de esta publicación, no me encuentro con energías como para empujar, una vez más, la roca hasta la cima de la colina.
¡Oh, dioses! ¡Ojalá tener la resolutiva entereza de los hoplitas helenos volviendo a marchas forzadas a Atenas tras la batalla de Maratón para defender la ciudad del desembarco persa! Más no soy Filípedes ni Tersipo y carezco de la heroicidad de las leyendas de antaño, por lo que me temo que habré de caer rendido antes de cruzar las murallas de la ciudad estado.
Esta vez sí, Darío I habrá de reclamar el dominio de esta newsletter para el gran imperio persa. Espero que sea posible traducir adecuadamente mis divertidas ocurrencias para el goce de los ciudadanos de Irán. Al fin y al cabo, siempre he dicho que mi estilo de comedia tiene una fuerte inspiración mesopotámica.
Tomemos por ejemplo el clásico chiste sumerio:
Un perro entra en una taberna y dice “No veo nada. Abriré esta.”
Claramente este hilarante chascarrillo es un predecesor de mi chiste contemporáneo favorito:
Una mujer sale a pasear una tarde con su perro. En un momento dado, el animal, llamado Miss Tetas, sale corriendo y se pierde.
Desesperada, la mujer acude al encuentro de un agente de policía para pedirle ayuda y le pregunta:
-¿Ha visto usted a Miss Tetas?
A lo cual el agente de la autoridad, llevado por una divertida confusión en la comunicación, responde:
-No, pero me gustaría verlas.
…
Joder, qué clasicista me ha quedado esta sección.
Continuemos.
El corresponsal
Te seré sincero, quiero despedir a Horacio, porque nos está mandando absoluta morralla, pero ahora mismo no dispongo de la presencia de ánimo como para tener esa conversación con él, de modo que voy a poner sus crónicas al final y así molestan lo menos posible.
Buenos días o tardes, dependiendo de donde usted me lea. Soy Horacio Baldrian y les escribo desde Lurenga.
Lamentablemente, me encuentro indispuesto y no voy a poder entregar a tiempo esta crónica. Espero me disculpen.
Seguiremos informando.
En fin… Todo mal.
La despedida
Hasta luego. Adios. Te quiero.
Un beso.