Interludio: Un silencio triple
Volveré antes que Patrick Rothfuss
Volvía a ser domingo. En Gritando al vacío reinaba el silencio, un silencio triple.
El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera habido una nueva entrega, esta habría aterrizado en múltiples bandejas de entrada, habría hecho saltar notificaciones y habría arrastrado el silencio internet abajo como arrastra la polución la lluvia de otoño. Si hubiera habido lectores que la abrieran, aunque sólo fuera un puñado de parroquianos, ellos habrían llenado el silencio con sus resoplidos y risas entre dientes, y con los likes y comentarios propios de una publicación de Substack. Si hubiera habido una sección de canciones de la semana… pero no, claro que no había canciones de la semana. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.
A lo largo de España, medio centenar de personas, tras actualizar sin esperanza su correo, continuaban con sus vidas, preguntándose qué fue de aquella newsletter que leían. Su presencia añadía otro silencio, pequeño y sombrío, al otro silencio, hueco y mayor. Era una especie de aleación, un contrapunto.
El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en un estudio diminuto del centro de Madrid y en los libros y trastos que lo llenaban. Estaba en el peso del piano Casio, que cubría el polvo de llevar ya mucho tiempo apagado. Estaba en el lento ir y venir de un ratón sobre una mesa de conglomerado de Ikea. Y estaba en las manos del hombre allí sentado, navegando un Internet cuyos contenidos ya había visto mil veces a la luz de la pantalla.
El hombre tenía la cabeza rapada. Sus ojos eran verdes y cansados, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.
Gritando al vacío era su newsletter, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues ese era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era profundo y ancho como las posibilidades del humor. Era grande y pesado como un secreto guardado por un anciano. Era un sonido paciente e impasible como el de una semilla en el desierto; el silencio de un hombre que espera la vida.
Ey, hola.
A falta de nada mejor para llenar el silencio, te dejo este homenaje a El nombre del viento y la efusiva recomendación de que, lo hayas hecho ya o no, aproveches estos fríos días de invierno para leerlo.
Nos vemos en marzo.
Un abrazo.

