Los líos en los que me meto
Por algún motivo ahora tengo una newsletter, y no sé qué hacer al respecto
La tabla de contenidos
La tabla de contenidos: no confundir con una tabla de quesos
La presentación: no confundir con la despedida
El contexto previo: cómo hemos llegado aquí
El futuro de la newsletter: a dónde nos dirigimos
La promoción: voy a ganar un dinero haciendo algo
El relato: el ratito de la literatura
Esta newsletter es larguísima: sí
La despedida: no confundir con la presentación
La presentación
Ey, hola.
Soy Miguel y esta es mi newsletter “Gritando al vacío”. Escribir y leer esta afirmación me hace plantearme ciertas preguntas, a saber:
¿Por qué me he metido en este embrollo?
¿A quién coño le importa lo que pueda escribir aquí?
Y lo que es más importante, ¿por qué me he comprometido a una cadencia semanal, siendo que históricamente he sido incapaz de llevar a cabo ningún proyecto individual que requiera un mínimo de regularidad y he acabado colapasando por la presión autoimpuesta y las tendencias evasivas?
En efecto, son excelentes preguntas, y me llevan a considerar que a lo mejor estoy dejando pasar una prestigiosa y extremadamente lucrativa carrera en el periodismo de investigación. Quizás me dedique a ello en mi próximo bandazo laboral. Pero, de momento, para intentar obtener una respuesta a esas cuestiones necesitamos profundizar en el contexto previo.
El contexto previo
En la primera entrega afirmé que en la newsletter de La Llama Store (la mejor tienda de comedia del mundo entero, y el mismísimo epicentro de toda la comedia alternativa guay de los últimos años) cantaban las alabanzas de las newsletters como espacio de creación artística y de formación de comunidades. En realidad, en el post se limitaban a comentar de pasada:
Llevamos años diciendo, (especialmente a los cómicos), que las newsletters pueden ser un buen rincón para practicar la escritura y cosechar una pequeña comunidad de espaldas a algoritmos, algo que en 2024 es prácticamente contracultural. Y parece que ahora la cosa empieza a despegar.
Claramente, esas dos frases no son por si solas la razón de que estemos aquí, tú y yo, conectando nuestras mentes a través del espacio y el tiempo mediante palabras absurdas y construcciones gramaticales excesivamente largas.
Debemos remontarnos a finales del año pasado cuando, tras un tiempo dándole vueltas, abandoné una prestigiosa y extremadamente lucrativa carrera de informático para dedicarme a tiempo completo a la comedia. Mi objetivo era triple: formarme, desarrollar una presencia en redes, y sacar adelante suficientes bolos mediante nuestra productora Somarda’s Co. como para no morir de hambre, o, al menos, vislumbrar una posibilidad de lograrlo a medio plazo.
Si bien ha habido pequeños éxitos, he fallado en las metas marcadas, principalmente por una falta de compromiso conmigo mismo. Por motivos en los que no hace falta ahondar (a menos que seas un profesional de la salud mental dispuesto a cobrarme menos que mi tarifa actual) he rehuido constantemente dedicar tiempo y esfuerzo a aquello por lo que dejé mi trabajo, y en cambio me he abandonado al ocio y a sentirme miserable, dos actividades que aún no he logrado monetizar.
A falta de algo mejor, de este periodo vital he sacado dos aprendizajes fundamentales, especialmente relevantes en conjunción:
Si no cumples tus objetivos semanales de creación de contenido, difícilmente logras una carrera prestigiosa y extremadamente lucrativa en la comedia.
Y si dimites, pierdes el derecho a la prestación por desempleo, lo cual limita en gran medida el tiempo que puedes permanecer desempleado sin una carrera prestigiosa y extremadamente lucrativa.
Así pues, me he visto obligado a volver a buscar trabajo “de lo mío” y aceptar una cruda realidad que han aprendido muchos camareros actores a lo largo de los tiempos:
“En España vivir del artisteo está muy jodido, chaval”
Y en esas me encontraba el domingo pasado: sudado, en calzoncillos, sentado en la oscuridad porque, si entra un milímetro de sol, esta casa se convierte en un horno industrial, y maldiciendo la idea de volver a pasar ocho horas al día trabajando en algo que no aporta nada a la humanidad y que en realidad odio. Para intentar aplacar el aburrimiento y acallar las emociones negativas procedí a pasar ocho horas jugando al TFT, un videojuego que no me aporta nada y que en realidad odio.
Asímismo, para disociar de la enervante experiencia que es jugar al putísimo TFT, me puse de fondo el podcast Conan O’Brien needs a Friend, en el cual Conan, el mítico cómico y presentador de late night estadounidense, charla con compañeros de profesión. Durante horas, escuché a esos cómicos y guionistas hablar de todo el esfuerzo y trabajo continuo que ha requerido llegar a donde están, siendo yo en todo momento consciente de la hiriente ironía de la situación.
Finalmente, por la tarde, deshidratado y furibundo, reuní la fuerza de voluntad para dejar de jugar al TFT y abrí Youtube para proceder a perder el resto del día viendo vídeos de otra gente jugando al TFT.
Sin embargo, en ese mismo momento, en lo que claramente sería el comienzo del segundo acto de mi personal camino del héroe, vi entre las pestañas abiertas del navegador la de Substack y escuché en mi cabeza, con la aguda voz de Kike García, las palabras de la newsletter de La Llama:
Llevamos años diciendo, (especialmente a los cómicos), que las newsletters pueden ser un buen rincón para practicar la escritura y cosechar una pequeña comunidad de espaldas a algoritmos, algo que en 2024 es prácticamente contracultural. Y parece que ahora la cosa empieza a despegar.
Ese mensaje de esperanza y lucha rompió algo en mi interior y liberó una parte de mi que estaba encerrada desde hace tiempo. Los ojos se me llenaron de lágrimas y el pecho de fuego. Recordé a todos los artistas de la humanidad, desde el que pintó bisontes en las cuevas de Altamira hace miles de años, hasta el que dibujó un pene venoso en la plaza de la Magdalena la semana pasada. Entendí que su legado vive en mi y debo continuarlo.
Entonces, llevado por una pulsión creativa ancestral y la ira propia del que está iracundo sin tener muy claro por qué, creé esta maldita newsletter que tienes ante tus ojos y mandé la primera entrega. Al terminar, alcé el puño hacia la lámpara del techo, en un gesto universal de desafío a los dioses, o al menos a aquellos que tengan la capacidad y el interés de mirar a través de mi techo, y grité “¡Si he de morir, que sea de pie!", tras lo cual me desmayé por un golpe de calor, que es lo más cercano que hay a morir de pie sin morir.
What a fucking ride.
Al día seguiente me levanté resacoso de esa borrachera de rebeldía artística y vi con horror que varias personas os habíais suscrito a la estúpida lista de correo, obligándome a dar continuidad a un proyecto que nació muerto y sin un propósito claro.
A lo que quiero llegar con todo esto es a que culpo por adelantado de esta decisión y todas sus consecuencias futuras al TFT y la falta de ventilación de mi cuarto. Si alguien tiene en algún momento alguna queja sobre lo que escriba aquí, que se la dirija a Riot Games por crear esa recontraputamierda de juego.
El futuro de la newsletter
Y de esa forma nos plantamos en la situación actual. Tengo una flamante newsletter y el objetivo de demostrar al mundo entero mi valía con ella, pero ni la más remota idea de sobre qué voy a hablar.
El otro día estuve hablando al respective con mi amiga Larisa, una de las primeras suscriptoras. Si eres tú la que está leyendo esto, hola. Si no eres ella, te animo a que saludes a la pantalla con la mano, que seguro que le llega y lo agradece. Le conté mi problemática y compartí algunas de las ideas de contenido. Mi preocupación radicaba en lo ecléctica de la selección de temas y tonos, que pasaba de los textos de monólogo cómicos en desarrollo, a la poesía más intimista y triste, pasando por desarrollar en detalle el tema que me obsesione en cada momento.
Sin embargo, ella vio una oportunidad donde yo sólo encontraba desazón y me dijo una frase que me marcó:
“Qué guay. Sería como leer lo que pasa dentro de tu cabeza.”
Déjame que te confirme, estimado lector, que en mi cabeza efectivamente pasan muchas cosas y muy diversas. Y en su mayoría son estúpidas y frustrantes. Vivir aquí dentro es a real pain in the ass como diría nuestro buen amigo William “El Guille” Shakespeare.
Pero Larisa es perfectamente consciente de eso, ya que ha podido comprobarlo de primera mano en las múltiples ocasiones en las que he secuestrado nuestras conversaciones para hablar de todo tipo de sandeces a lo largo de los años. No sólo eso, sino que la muy insensata afirma que lejos de ser cargante (en ocasiones) es muy interesante. De modo que he tomado en gran valía su opinión.
Así pues, esta publicación semanal va a ser, ni más, ni menos, una representación textual de lo que es convivir conmigo en el día a día, pero sin la necesidad de pasar por el aro. Más concretamente, espero que al volcar aquí mis obsesiones y reflexiones me ahorre tener que repetirme cada vez que quede con un amigo distinto. En adelante, mis interacciones sociales consistirán en obligar a mi interlocutor a leer el fragmento de la newsletter sobre el que quiera hablar, mientras miro reels de gatos en Instagram, para, un vez finalizada la lectura, decirle “¿A que mola?” o “¿Ves qué putada?“
Estoy seguro de que esta medida optimizará mi vida social y me aupará como un tipo enormemente popular entre mis congéneres.
Sin embargo, esta premisa genera en si misma un conflicto gravísimo, y es que me va a llevar a la autocensura.
Verás, estimado lector, tengo acceso a la lista de suscriptores de esta mi newsletter y, si bien sólo aparece el correo, esto me es más que suficiente como para identificar a conocidos, más siendo que en el momento en que escribo estas líneas sois sólo ocho. Supongo que cuando llegué el suscriptor número un millón no le prestaré atención, pero aún quedan dos meses para que eso ocurra. A día de hoy, soy plenamente consciente de la gente que va a recibir este email en cuanto lo mande.
¿Y cuál es el problema, siendo yo un reputado monologuista que regularmente dice barbaridades delante de desconocidos? He ahí la cuestión: son desconocidos. La distancia emocional es un elemento fundamental tanto para el cómico como para el público. Los desconocidos pueden verte como un títere de trapo al que los estacazos no le causan perjuicio real, por lo cual son capaces de reírse sin problema. Pero tu familia y amigos pueden llegar a preocuparse cuando dices según que cosas. O, Dios no lo quiera, molestarse.
Es por eso que, en los más de dos años que llevo actuando, ninguno de mis familiares me ha visto subirme a un escenario a soltar las subnormalidades que haya podido escribir. Mejor para ellos, y mejor para mi.
Pero sin embargo, estás palabras están siendo leídas por mi señor padre, y me aventuraría a decir que la onda expansiva no se detendrá ahí. Y eso es un problemón, porque hay muchas ideas que a mi me resultan extremadamente divertidas que podrían ser consideradas de mal gusto y derivar en comentarios en las comidas familiares.
Pongamos un ejemplo de gag que no sentaría bien en casa:
Una ficción en la que cada newsletter es escrita por una persona llamada Miguel con una personalidad parecida a la mía. Este autor fallece en el intervalo entre newsletters y debe ser sustituido por un nuevo Miguel cada vez. Esto da pie a que todas las entregas incluyan una esquela, y, quizás, notas de suicidio.
Esto podría perfectamente ser la premisa de una sección recurrente de un programa de comedia de radio o televisión en el que a la larga se construiría un intraverso ultra metareferencial fascinante y divertidísimo que haría las delicias de los fans. Pero en mi caso llevaría inequívocamente a que mi estimada madre me dijese que no tiene ninguna gracia y que deje de hacerlo.
What a fucking shame.
De modo que me voy a ver obligado a hacer un ligero proceso de autorevisión para intentar mantener un equilibrio entre divertirme escribiendo y que os divirtáis también vosotros.
A cambio espero que me hagáis notar las cosas que os gusten. ¿Trato? Trato.
La promoción
Ah, sí. También usaré esto para dar el coñazo anunciando las actuaciones que tenga por ahí. ¿Servirá para algo? Seguramente no, porque no creo que acumule suficientes lectores como para llenar un bolo en Calzadilla de la Boñiga (Murcia), pero en este negocio todo es aparentar que trabajas.
Para cuando leas esto habremos actuado en Farasdués, un pueblo de la provincia de Zaragoza. Vamos a hacer un show de impro, lo que técnicamente se conoce como “robar”. Pensaba que eran las fiestas, pero ni eso, así que seguramente nos vengan a ver cuatro yayos que se vayan a mitad para no aguantarnos más. Y no les culpo.
Antes de enviar la newsletter pondré aquí una actualización de cómo ha ido y si nos han tirado al pilón.
ACTUALIZACIÓN: nadie nos ha agredido.
El relato
Este es un texto que es “continuación” del de la primera newsletter. Quería hacer algo policiaco, así que lo hice.
Un cerdo menos
Para cuando llegó el equipo forense la lluvia ya había limpiado casi toda la sangre, pero los flashes de las cámaras aún provocaban algún destello carmesí en el pavimento.
Tres figuras se abrieron paso entre los coches de patrulla que cortaban la calle y se dirigieron al lugar donde yacía el cuerpo unos minutos antes.
- ¡Qué irónico! -exclamó la agente Rander con media sonrisa- Siempre dije que el cabrón era más cerdo que persona, y va y muere desangrado por el cuello.
El agente Schall respondió con una risita al comentario, pero el inspector Bendelli frunció los labios con desaprobación.
- Rander, dale un uso útil a esa bocaza y toma declaración a los guardaespaldas.
El inspector sabía que no iban a sacar nada de los dos tipos de aspecto hosco que esperaban junto al cordón policial, ya que el silencio sería la única forma de que volviesen a encontrar trabajo en la ciudad. Pero había que seguir el protocolo.
Bajo su paraguas, Bendelli contempló la calle a su alrededor. La calle Luna de Mayón se encontraba en la zona más cara de la ciudad. Casas de dos plantas se alineaban a ambos lados de la normalmente poco concurrida calzada, cada una rodeada por una cuidada franja de jardín y una valla baja de hierro forjado. Los pocos coches que había aparcados en la calle valían cada uno como su apartamento. Seguro que el señor Chacolsky nunca pensó que en un sitio tan elegante le pegarían un tiro en la carótida.
Kevin Chacolsky empezó a trabajar muy joven en la carnicería de sus padres, pero pronto mostró que su ambición iba mucho más lejos. Vio que, con los amigos adecuados, podía obtener jugosos beneficios vendiendo carne de dudosa calidad. El negocio fue viento en popa y creció hasta convertirse en un actor importante de la economía regional.
Sin embargo, su verdadera fortuna llegó cuando se ganó el favor de Jonathan Pike. Aunque la naturaleza de su relación no era pública, en los bajos fondos pronto comenzó a circular la expresión "hacer salchichas" como eufemismo de deshacerse de un cadáver.
Sea como fuere, bajo la protección de Jonathan, Kevin se convirtió en uno de los hombres más poderosos de Selvin. Y ahora que Pike no estaba para protegerle, su suerte no había durado ni veinticuatro horas.
El móvil vibro en el bolsillo del inspector. Al ver el nombre en la pantalla dejó escapar un suspiro de resignación.
- Buenas noches, comisario.
- Mario, acaba de entregarse un chaval como responsable de la muerte de Chacolsky. Se va a tratar el caso como un atraco que acabó mal. ¿Está claro?
- Entendido, señor. A sus órdenes.
El inspector se giró, aún con el móvil en la mano, y se encontró con las miradas de los dos agentes.
- ¿Otro robo fallido? -preguntó Schall.
- Me temo que sí.
- Con la frecuencia con la que ocurren, podríamos montar un cursillo sobre cómo robar en condiciones y forrarnos. -dijo Rander alegremente- Primera lección, es más fácil que el atraco salga bien si no disparas a la víctima desde lejos con un rifle de caza.
Su sonrisa se esfumó ante la mirada del inspector.
- Ya que estás de tan buen humor, tú te encargas del papeleo de esto. Vámonos.
Mientras el coche se dirigía de vuelta a comisaría, Bendelli miraba por la ventanilla con expresión sombría. Chacolsky tendría pronto compañía en la morgue, de eso no cabía duda. La lucha por el vacío que dejaba Pike sería cruenta.
En su cabeza se sucedían imágenes de la desolación que trajo consigo el ascenso al poder de Jonathan Pike diez años antes. Cadáveres en las calles. Negocios en llamas. El Cuerpo de Policía no había sido capaz de hacer nada.
- Cambio de planes, Erik. Vamos a la prisión. Tengo que hablar con Mateo Vandi.
El agente Schall dirigió una breve mirada confusa al inspector antes de girar el volante.
- ¿Con Vandi, jefe? ¿Qué quiere de ese animal?
La mandíbula del hombre se tensó por un momento antes de contestar.
- Si queremos que esto acabe rápido, me temo que vamos a tener que elegir un bando.
Esta newsletter es larguísima
Pues me he contenido. Las próximas van a ser para flipar.
La despedida
Hasta luego. Chao. Adiós.
Un beso.