La tabla de contenidos
La tabla de contenidos: las partituras colocadas en los atriles.
La introducción: el disonante afinado de la orquesta.
Los microrrelatos: las obras de los grandes genios.
Las canciones de la semana: los clásicos populares.
La despedida: los aplausos, las reverencias y el bis.
La introducción
Ey, hola.
Soy Miguel Escribano y estás leyendo Gritando al vacío, la newsletter que falla en sus propósitos de Año Nuevo nada más empezar. Sí, amigo mío, para sorpresa de nadie, aún no he empezado con lo de escribir todos los días. De modo que, una vez más, me veo en la desagradable tesitura de tener que parir de golpe esta tan anticipada publicación dominical el sábado por la tarde.
Hay quien me sugeriría que es posible madrugar el domingo y sacar un par de horas más de margen para escribir, pero hago un enorme esfuerzo para intentar hablar lo menos posible con personas así de degeneradas. La única forma de que yo me ponga a escribir un domingo por la mañana es no haberme acostado aún la noche anterior, y no pienso volver a hacer algo tan innecesariamente estúpido.
Pero hay razones de peso para no haber implementado aún la rutina de escritura, eh. No te vayas a pensar tú que soy un vago irredento, que también. He hecho cosas. Entre ellas, volver a tocar el piano.
¿El piano, Miguel? ¿Tú?
Efectivamente. Me compré uno hace dos años y lo toqué durante tres meses, para luego proceder a enterrarlo bajo sendas capas de polvo y olvido. Pero una profunda pulsión artística y un email de marketing de un curso al que me apunté por aquel entonces me han empujado a entregarme nuevamente al abrazo de las teclas.
¡Oh, la belleza de la música! Con el inconfundible “do”, el afamado “re”, el ansiado “mi”, y todas las demás notas que no le importan a nadie más que a los orondos monjes medievales que las inventaron.
¡Qué indescriptible regocijo halla el hombre al despertar los hermosos gorjeos de las blancas y negras teclas! ¡Cuán sorprendente conjunción la de esas armoniosas frecuencias sonoras encuadradas en solícitos acordes mayores, menores y quintadisminuidos! ¿Y cómo podría una persona cabal no adivinar la intervención divina al presenciar la majestuosidad de una pieza tocada por un gran maestro de su instrumento?
Todo eso siento ahora que he aprendido a tocar el acompañamiento de “Despacito”.
Estoy henchido de júbilo.
¿A dónde me llevará este camino de ilustración? No lo sé, mi querido lector. Lo único que tengo claro es que no me importa el destino, sino disfrutar del camino. Y por disfrutar del camino me refiero claramente a aprender a tocar la intro de “Welcome to the black parade” de My Chemical Romance, que es para lo que todo el mundo de mi generación aprende a tocar el piano.
Al fin y al cabo, la felicidad está en las pequeñas cosas, como, por ejemplo, esa inconfundible primera nota de “sol”.
Los microrrelatos
La frase de esta semana era Fue imposible de explicar. Qué evocadora, ¿no? Bueno, yo que sé…
Amor a primera risa
Fue imposible de explicar. Simplemente lo supe. Mi madre no daba crédito cuando le conté que acababa de conocer al amor de mi vida.
“Sólo habéis hablado una vez. ¿Cómo te vas a haber enamorado? ¡Apenas conoces a esa persona!” decía exasperada. Supongo que pensó que no era más que otra de mis tonterías.
Pero yo lo tuve claro desde que te vi entrar a clase con ese disfraz de Snoopy. Luego me dijiste que era una apuesta, pero vi en tus ojos ese brillo de ilusión por hacer reír a todo el mundo.
Y desde entonces me has hecho reír todos los días.
El acuerdo
Fue imposible de explicar, por mucho que los medios de comunicación lo intentaron.
Durante semanas, todos los informativos y programas de debate se llenaron de expertos en geopolítica, sociología, e incluso psicología, para tratar de llegar a una conclusión sobre aquel histórico e inesperado acuerdo. Todo el mundo tenía una opinión al respecto.
Y, por supuesto, también hubo quién no tardó en señalar una conspiración de las élites ocultas.
Pero la única persona que realmente sabía lo que había pasado trabajaba en el cátering de la cumbre. En su experiencia, los amigos siempre se reconciliaban compartiendo unos “pastelitos mágicos” de los suyos. Y funcionó.
Los culpables
Fue imposible de explicar y ni siquiera intentó defenderse; al fin y al cabo, nadie lo creería nunca.
Su abogado trató de convencer al juez de que había actuado llevado por una enajenación transitoria, pero fue inútil. El jurado lo declaró culpable por unanimidad y fue condenado a pena de muerte por su dantesco crimen.
Años más tarde, mientras lo trasladaban a su ejecución, miró por la ventana, vio algo en el cielo y soltó una carcajada. Sus últimas palabras antes de recibir la inyección letal fueron:
“Los culpables han vuelto y me alegro de no quedarme para ver lo que harán con vosotros.”
Las canciones de la semana
Esta vez te hago llegar algunas canciones que han llegado a mí esta semana gracias a otras personas. La verdadera cadena de favores.
Como siempre, puedes encontrar la lista de reproducción completa de Spotify aquí.
La despedida
Hasta luego. Chao. Un beso.
Adiós.