Ey, hola.
He faltado dos semanas a mi compromiso. Te hayas dado cuenta o no, te pido disculpas por ello. De hecho, si fuese honesto, serían tres, porque el último relato que mandé lo saqué de un borrador añejo. Bueno, y tampoco es que las anteriores entregas de esta segunda temporada hayan estado cargadas de contenido. En fin, que siento mi ausencia.
Lamentablemente, al mismo tiempo tengo que aceptar que es probable que haya más hiatos a corto y medio plazo, ya que tengo entre manos algo que consume mi atención y mis energías creativas. Como ya sabes, normalmente, a falta de contenido mejor, recurriría a narrarte las aventuras que me pasan en el día a día, pero de lo que estoy viviendo ahora no podré hablar hasta dentro de unos meses. Evidentemente, en cuanto se levante el secreto de sumario procederé a monetizar cada anécdota y reflexión absurda al respecto, pero eso tendrá que esperar al menos hasta el año que viene.
En cualquier caso, no quiero desaparecer sin más. Y, a falta de historias, puedo compartir contigo emociones. Porque este verano las he tenido a flor de piel y algunas de ellas las han despertado productos culturales fantásticos.
Un disco
“The Maybe Man” de AJR. Podría hablar largo y tendido sobre lo que han significado Adam, Jack y Ryan Met para mí (creo que hace un par de años estuve en el top 1% mundial de sus fans en Spotify); de la adoración que siento hacia su forma de construir sus álbumes, la autoreferencialidad y la circularidad; de su uso de los sintetizadores de voz junto a instrumentos de orquesta; de que no conozco otro grupo que plasme de una forma tan alegre y pegadiza la angustia milenial; de que este disco es viaje por la necesidad de validación, la identidad, el desamor, la mortalidad y la pérdida; o de que las dos últimas canciones, “God is Really Real” y “2085” me afectan de una manera que no me esperaba.
Podría decir muchas cosas, pero me limitaré a compartir los últimos versos del disco, que siempre canto gritando:
You gotta get better, you're all that I've got
Da-da-da-da, da-da-da-da
But don't take forever, you're not here for long
Mm-mm-mm-mm, mm-mm-mm-mm
I gotta get better, I'm all that I've got
Mm-mm-mm-mm, mm-mm-mm-mm
For two or three minutes, then I'm gone
Una serie
“Poquita fe” de Movistar Plus, que, además de ser divertidísima de una forma muy original, me produce una ternura indescriptible hacia la pareja de Raúl Cimas y Esperanza Pedreño. Dos personas anodinas, cuyas vidas son tan simples que están prácticamente vacías, con altos y bajos, hartos el uno del otro, pero que, sin embargo, se quieren de una forma sencilla e inocente que me atraviesa.
En concreto, hay un pequeño detalle de guion en un momento crítico de la relación que pasa casi desapercibido, pero que apuntala esa conexión, cuando Berta menciona que entre las cosas de su bolso tiene una foto de José Ramón “en la que sale guapo”.
Espero llegar a escribir historias tan sutiles y reales algún día.
Un libro
Tras unos dos años cogiendo polvo en mi estantería, finalmente he empezado a leer “Born standing up”, la autobiografía del cómico y actor Steve Martin.
Esta es la primera página del libro:
Hice comedia stand-up durante dieciocho años. Diez de esos años fueron de aprendizaje, cuatro para refinar, y cuatro de éxito arrollador.
Mi recuerdo más persistente de hacer stand-up es sentir que mi boca estaba en el presente y mi mente en el futuro: la boca pronuncia el texto, el cuerpo ejecuta los gestos, mientras la mente recuerda, observa, analiza, juzga, se preocupa, y finalmente decide qué decir a continuación.
No solía disfrutar mientras actuaba; el disfrute hubiera implicado una indulgente pérdida de concentración que no te puedes permitir en comedia. Sin embargo, después de los shows experimenté largas horas de dicha o miseria dependiendo de cómo hubiera ido la actuación, porque hacer comedia a solas en un escenario es la última línea de defensa del ego.
Este breve texto me impactó por dos motivos. Por un lado, logra sintetizar de forma exacta esto que hacemos, esta tortura autoimpuesta que es pretender hacer reír a desconocidos.
Por otro, la noción de que durante diez años sentía que no sabía lo que estaba haciendo y que sólo después de todo ese tiempo fue capaz de entender los resortes exactos para provocar la respuesta buscada en el público.
No es la primera vez que oigo algo así. En una entrevista a alguien que no logro recordar afirmaba que “la primera década es para divertirte“. Para mí, que estoy a punto de cumplir los treinta, esto me sentó como un puñetazo. ¿De verdad hay que esperar tanto para triunfar, o como mínimo ser un profesional?
Sin embargo, en algún otro momento escuché a otro alguien decir que dentro de diez años habrán pasado diez años, lo hayas intentado o no, y que la diferencia será el arrepentimiento. Así que habrá que seguir adelante. De momento llevo tres de diez.
Espero que estés bien.
Un abrazo.
Disfrutar de hacer stand up es mi quimera, ¿se dice así? Nunca he usado esa palabra creo.
Muy interesante lo de Steve Martin 👌