La tabla de contenidos
La tabla de contenidos: leer la lista de reparto.
La introducción: cargar los paquetes en la furgo.
El relato: el GPS se ha equivocado y esta calle es dirección contraria.
Las canciones de la semana: escuchar los 40 principales en un atasco.
La despedida: “el paquete no se pudo entregar por no encontrarse en el domicilio” y mañana será otro día.
La introducción
Ey, hola.
Soy Miguel Escribano y estás leyendo Gritando al vacío, la newsletter que sólo pasea de forma virtual. La semana pasada dibujaba una metáfora sobre mi futuro próximo a través de una entrañable excusión familiar a la montaña, mientras que esta me ha dado por jugar al Death Stranding, un videojuego consistente en recorrer a pie un devastado mundo post-apocalíptico repartiendo paquetes con una mochila cómicamente grande.
En definitiva, que hago lo que sea menos salir a la calle de verdad.
Entiendo que con esa descripción parece que me haya descargado Glovo: el videojuego. Y en gran medida lo es, ya que tu personaje está medio esclavizado y la peña te pide que subas a una montaña en chanclas mientras cae lluvia ácida porque les apetece una pizza, para luego echarte en cara que ha llegado fría y cubierta de sangre.
Pero, a diferencia de trabajar para el atajo de pijos explotadores emprendedores que dirigen las empresas reales, jugar a Death Stranding es sorprendentemente gratificante. Y raro. Es un juego muy muy raro que se permite hacer en cada momento lo que le da la gana, a imagen y semejanza de su creador, Hideo Kojima.
A sus 61 años, el señor Kojima es una leyenda en el mundo de los videojuegos, y genera tal nivel de devoción entre los fans que cuando anunció que no iba a dirigir la cuarta entrega de la mítica saga Metal Gear el estudio llegó a recibir amenazas de muerte.
Imagínate ser tan bueno en lo tuyo que la gente se vuelva loca. Y además con esta carita tan graciosa.
Pero a lo que voy es que Kojima ha revolucionado la industria a base de hacer, no lo que pensaba que iba a petarlo, sino aquello que él consideraba interesante y divertido, explorando más allá los límites previamente establecidos. De esa forma ha sentado en múltiples ocasiones las bases de la siguiente generación de juegos. Y eso me parece muy guay.
Obviamente, esto no deja de ser un claro sesgo del superviviente, ya que habrá miles y miles de desarrolladores que hayan seguido esa filosofía y se hayan comido una mierda como la mochila de la foto de alta. Hideo es un genio que estaba en el sitio adecuado en el momento adecuado.
Pero me parece importante recordar, en una época donde la mayoría de las superproducciones son secuelas y reboots, que la única forma de avanzar y llegar a lugares nuevos es arriegándose.
Así que ¡di no a las secuelas!
(…)
¿Cómo dices?
(…)
¿Que van a sacar una secuela de Death Stranding este año?
(…)
Joder, mi argumento a tomar por saco. Bueno, supongo que algunas secuelas sí están bien, ¿no?
En fin, yo qué sé, pasa una buena semana.
El relato
El pequeño sonámbulo se levantó de su cama y deambuló por la casa. Como cada noche, entró al baño, a la cocina y al salón. Durante su periplo hizo todo lo que se espera de un noctámbulo ocioso: miró con detenimiento una pared vacía, tuvo una charla incoherente con una maceta, e incluso se sentó un rato en el suelo. Pero, a diferencia de todas las demás noches, al llegar al recibidor se encontró con que la puerta estaba abierta. De modo que la cruzó.
Una vez en la calle, el niño, empijamado y al amparo de la luna, echó a andar.
Recorrió su calle y llegó a la de su colegio. Al pasar por delante de la panadería donde le solían comprar bollos al salir de clase lo iluminaron las luces del interior, pero los empleados estaban demasiado atareados amasando pan como para fijarse en su fugaz estela.
Siguió andando, cruzó la plaza mayor y enfiló la carretera que la atravesaba. Al rato salió de su pueblo, y un rato después cruzó el de al lado, que era el lugar más lejos de casa en el que había estado hasta entonces. Otro rato más tarde, ya lo había perdido de vista también.
No andaba ni muy rápido ni muy lento, pero su caminar era constante y la luna no parecía tener especial interés por que aquella noche terminara, de modo que sus pies lo llevaron cada vez más lejos.
Dejó atrás su comarca, dejó atrás su provincia y también dejó atrás su país. Por dejar, hasta dejó atrás la tierra y el mar, fíjese usted si dejó atrás.
Evidentemente, esto era del todo irregular, pero es por todos bien conocido que los sonámbulos tienen la principal característica de no saber lo que hacen o lo que deberían hacer. Así pues, dado que en su duermevela nadie le informó de que no era posible, cuando finalmente llegó al fin del mundo el niño siguió andando.
Continuó sin que nada lo perturbara. Aún cuando dejaron de brillar las estrellas y lo envolvió la oscuridad, no le importó, pues a oscuras es como se ha de dormir. Ni en el momento en que sus pies dejaron de apoyarse en nada, pues en su sueño volaba. Ni siquiera cuando el espacio y el tiempo dejaron de tener sentido, pues sus pesadillas nunca lo habían tenido.
Anduvo por siempre y hasta nunca. Anduvo mucho más de lo que se puede concebir y más de lo que recomendaría un médico. Anduvo como si fuese una constante física universal.
Y entonces se despertó.
Miró a su alrededor y vio que no estaba en ningún sitio y que no había nada, salvo una niña que lo miraba con curiosidad.
“No deberías estar aquí” comentó sin reproche.
El pequeño no respondió, porque de tanto andar había olvidado cómo hablar, pero agachó la cabeza y se encogió de hombros.
“Estás muy lejos de casa” dijo la niña “Si intentas volver despierto, te harás muy viejo antes de llegar y tus padres no te reconocerán.“
El niño se asustó mucho y se puso a llorar.
“Vas a tener que volver dormido como viniste” continuó “Ponte a contar ovejas hasta que te entre el sueño.“
El chiquillo asintió con energía, cerró los ojos y empezó a contar.
Pero había dormido tanto que ya no tenía sueño, así que contó muchas ovejas. Cuando se le acabaron las ovejas, contó sus pelos. Cuando terminó con los pelos de las ovejas se puso a contar las motas de polvo del universo, y más tarde los átomos que las componían.
Para cuando contó por tercera vez todas las partículas de la existencia empezó a sentir cansancio, y, casi al final de enumerar los pasos que había dado en su trayecto, consiguió dormirse.
Una vez dormido, arrancó a andar de vuelta. La niña lo miró marchar y continuó haciendo lo que fuera que hacía en la nada y el todo, que es algo que no nos compete a los que somos y estamos.
Y así, justo antes de que sonara el despertador de sus padres, el niño sonámbulo se tumbó en su cama y despertó.

Las canciones de la semana
Puedes escuchar la lista de reproducción completa aquí.
La despedida
Chao. Hasta luego. Adiós.
Un beso.